Se estima que, en México, 25 por ciento de adolescentes padece en diferentes grados un trastorno de la alimentación; la mayoría de los casos, asociados con algún problema mental, informó la especialista del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro” de la Secretaría de Salud, Ana Rosa García Berdeja.
Afirmó que en este hospital se aplica a niñas, niños y adolescentes un protocolo para detectar y tratar cualquier tipo de trastorno desde las primeras consultas médicas. En un mes identificaron que 15 de 25 personas atendidas de entre 13 y 17 años estaban en riesgo de desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria.
García Berdeja informó que la mayoría de las personas con estos trastornos busca apoyo médico hasta diez años después de presentar los primeros cambios en su alimentación, y es poco frecuente que soliciten atención de su salud mental por este tipo de problemas; acuden a servicios especializados cuando tienen un intento suicida o conductas autolesivas graves.
Esto ocasiona que las personas lleguen a los servicios médicos con graves daños, tanto en su salud física como mental. Además del trastorno de alimentación presentan por lo menos tres padecimientos más: depresión, ansiedad generalizada o social y estrés postraumático, y hasta 25 por ciento de pacientes consume sustancias psicoactivas.
Los trastornos de alimentación más comunes son bulimia, anorexia y los atracones; por cada hombre puede haber hasta diez mujeres que padecen alguno de esos problemas. A nivel nacional e internacional, menos de 10 por ciento de adolescentes afectados está en tratamiento.
Su origen es multifactorial e incluye factores genéticos; medioambientales, como la crianza; o la relación con la familia y enfermedades psiquiátricas.
Las personas con riesgo o que padecen trastornos alimentarios muestran preocupación excesiva por la delgadez, evitan el consumo de alimentos ricos en grasas y azúcares, practican ayunos prolongados, usan laxantes, cubren en exceso su cuerpo o comparan su complexión corporal con otras personas.
Recomendó a madres y padres de familia, así como a personas cuidadoras, observar a sus hijas e hijos para prevenir y detectar los síntomas, mantener amplia comunicación y escucharlos sobre cómo se sienten en relación con su cuerpo, y explicarles que cada complexión corporal es diferente y no deben hacer caso a patrones estéticos.
Cuando se requiere atención, la evaluación inicial consiste en exámenes de laboratorio y una valoración médica y psiquiátrica del trastorno alimentario y sus comorbilidades. El tratamiento es individualizado de acuerdo con el tipo de trastorno y estado físico y psiquiátrico de la persona; se contempla rehabilitación nutricional y terapia de psicoeducación para pacientes y familiares.
El tiempo del tratamiento depende del tipo de trastorno y lo avanzado del daño, por lo que puede tardar meses o ser permanente, conforme lo determine el grupo multidisciplinario de especialistas en psicoterapia, psicología, psiquiatría, nutrición y terapia familiar.
Caballero Romo detalló que el confinamiento por la pandemia de COVID-19 aumentó los trastornos alimentarios como resultado del cambio en las conductas de alimentación. En este comportamiento, las redes sociales facilitaron el acceso a la información poco confiable para bajar de peso con métodos perjudiciales desde el punto de vista médico.
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